Canales humanos

Esto que narro a continuación es una experiencia personal e íntima, que creo puede dar luz a quien quiera entender cómo funciona este gran sistema dimensional del que somos parte:

Habían pasado unas dos semanas desde que mi hija de 11 años me pide que la lleve a comprar libros nuevos … pero que sean de terror. Yo, muda, me hice la loca lo más que pude en un intento por bajarle completamente el perfil, pero su insistencia continuaba encarándome y entonces yo me esforzaba ante cada comentario para que no saliera de mi boca palabra alguna al respecto que bloqueara en ella esa búsqueda, pues sé que no debo intervenir demasiado en su propio libre albedrío sobre ciertos cuestionamientos y búsquedas en la conformación de su vida. Tengo super claro, como mamá, que ella va a necesitar experimentar muchas cosas con las que yo no estaré de acuerdo, y que eso no hará que yo la estime menos o la estime más porque ya hemos trabajado juntas el tipo de amor incondicional en este plano.

Pero no sabía cómo decirle que no le haría bien consumir terror, y no quería ser yo la que le diera un sermón sobre cómo la psique afecta la existencia, porque ella siendo completamente terrenal, ya tiene suficiente de misticismo con mi existencia en su vida, así es que no quería ser yo quien le agregara más información que la espiritualice, ya que está aún desarrollando su proceso de terrenalización. Me esforcé al máximo por neutralizarme y que no saliera de mí ni un sólo gesto que le advirtiera que … el terror no.

Entonces, en medio de la vorágine de la vida y esta demanda de su parte, yo en silencio me preguntaba “¿Cómo le digo, cómo le digo?”, y en cuestión de microsegundos elevo mi corazón a la fuente y entrego mi inquietud. Luego sigo con lo cotidiano, la vida continúa, pasan los días y ante una eventual salida debemos bajar al centro y ella me dice: “Bueno mamá, ¿y el libro?” …

Sin pensar le digo algo como: “Ya, OK, pero vamos al mismo lugar donde compramos los libros del colegio porque la mujer que atiende allí, ya nos ha visto y como sabe mucho de libros, le podemos preguntar más directo y ver qué te recomienda porque yo ya no me acuerdo qué libros leí que puedan ser para ti”.

Después de estacionar, sacar plata del cajero, y coordinar algunos ajustes madre-hija sobre cómo hacer la pregunta correcta a la dueña del local de modo que no pase verguenza con esta madre primitiva, entramos a la librería.

Yo: “Hola. Buscamos libros de terror para ella que no sean de crímenes policiales, sino como de cosas paranormales”.

La dueña (dirigiéndose a mi hija): “¿Qué edad tienes?”

Hija: “11”

La dueña (a mi hija): “¿Y por qué quieres leer cosas de terror?”

Hija: “Me llama la atención hace un tiempo y como ya terminaron las lecturas obligadas del colegio pensaba leer algo de eso”.

La dueña (a mi hija, yo ya definitivamente soy invisible en la escena), avanza desde detrás del mesón a los estantes, la mira de frente y le dice: “Mira, te voy a ser super sincera. Y esto es algo mío, muy personal, que no te voy a poder explicar ahora porque tendría que detallarte muchas cosas que tú todavía a tu edad va a ser difícil que las entiendas bien, pero te voy a hablar solamente de la energía. ¿Sabes lo que es la energía?”

Hija: “Sí, creo que sí”

La dueña: “Bueno, nosotros estamos hechos de energía. Y lo único que te puedo explicar por ahora, es que todo lo que tu mente reciba se convierte en energía, y esa energía después afecta tu vida. Así es que si fuera sólo por mí, yo te diría que jamás, nunca en tu vida, consumas terror, ni en literatura ni en películas, porque le hace muy mal a tu energía, más de lo que imaginarías. Pero como sé que es sólo una búsqueda, y que después cuando vayas creciendo vas a ir entendiendo más lo que yo hoy te estoy diciendo, entonces creo que te vendría bien leer este libro de diversas historias de Edgar Allan Poe. ¿Te tinca éste libro?” – y le muestra la portada.

Hija: “Sí claro, éste está perfecto”.

Tuve que hacer esfuerzos sobrehumanos para no convertirme en un manantial emocional mientras duraba ese breve diálogo. Me di media vuelta y me puse a mirar los estantes, queriendo salir corriendo de allí para controlar la emoción que viví al escuchar todo eso, pues todo, absolutamente todo lo que ésta mujer le dijo era exactamente, con fidelidad absoluta, el discurso que yo le habría querido decir a ella como madre a cargo de su cuidado de su psique. Sin embargo, tal como yo intuía, no debía decírselo yo, sino una persona externa, que fuera un canal neutro entre ella y yo, para que no fuera espiritualizada por mí intervención, sino por la naturalidad de la existencia misma.

Sentí, en un par de minutos, que todo el universo estaba allí con nosotras. Sentí que todo ese breve momento venía directo desde la fuente y recordé cómo lo había entregado en mi imaginario espontáneo varios días atrás.

Ni mi hija me tocó el tema al salir de allí, ni yo le tocaré el tema alguna vez, a no ser que ella misma me lo pregunte, o que se encuentre con este texto y me comente algo al respecto.

En el fondo, lo que te quiero transmitir es que, cualquier preocupación que tengas, hay que tomarla, respirarla y enviarla a la fuente con la intención correcta, para que retorne a ti la respuesta por los canales más inesperados, y se manifieste el cielo en la tierra para beneficio de todos.

Todos afectamos alguna vez la vida de alguien, a niveles tan profundos que jamás imaginamos. Todos somos receptores de luz. Todos vamos compartiendo esa luz con nuestro entorno. Y todos, especialmente todos, pertenecemos a esa fuente. De allá venimos y para allá vamos.

Esto es el universo en acción a través de canales humanos.

MCLB

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